Por fin llegó la hora de abrir las puertas del teatro. Todos los niños y niñas que terminaron sus vacaciones recreativas, (alrededor de 150) entran ordenadamente a la sala en compañía de sus padres.
Desde camerinos, puedo escuchar la alegre y estrepitosa algarabía que producen los chicos, que muy agradablemente repica en mis oídos como un canto alegre y bullicioso, llenando mi corazón de ternura y con la expectativa de que algo maravilloso está a punto de suceder.
Es hora de iniciar el acto. Se apagan las luces. Estoy detrás de la cortina de boca esperando el momento. Comienza la música, se abre lentamente el telón, el público me saluda con un grato y breve aplauso quedando en silencio nuevamente a la expectativa de mis creaciones mágicas.
El 1º acto. Estoy listo frente al público. Un, dos, tres, cuatro… Aparición de un hermoso pañuelo de seda amarillo y con él la sorpresiva producción de una sombrilla. Aplausos de nuevo. Continúo con mi rutina de inicio creando otras ilusiones, y llevando al auditorio hasta el clímax final del primer acto: La sorprendente aparición de una verdadera guitarra, que surgió misteriosamente desde un puñado de sedas.
El 2º acto es participativo. Anuncié a los pequeños que requería de un ayudante. No había terminado de decirlo, cuando una docena de niños y niñas impacientes ya me rodeaban porque deseaban ser mis ayudantes y ganarse un pequeño regalo, como es mi costumbre para estimularlos por su participación.
Elegí a uno, Miguel, que haría el papel de mago; Resultó ser un niño muy alegre, vivaz y desconfiado. Situación que me ayudó para lograr con su participación, una muy divertida comedia mágica.
El 3º acto me resultó increíble. “La bolsa inagotable”. El público asombrado observaba cómo de una pequeña bolsa de papel, surgían tantos elementos, que era imposible de pensar cabían en tan pequeño espacio.
El 4º acto, con la participación de dos niños de ambos sexos, resultó más divertido aún. A la chica le correspondió ser la maga, y al chico, su ayudante. La maga al decir las palabras mágicas “maguín maguín” transformaría a su ayudante en un conejo. Me divertí enormemente viendo la alegría y disponibilidad de estos niños participando. La niña, después de desarticular la varita mágica y convertirla en culebra, logra transformar a su asustado asistente en “un conejo”. El auditorio ríe y aplaude.
Para terminar el programa con el 5º acto, busco entre el público infantil, alguna niña de 5 a 8 años. La pequeña sube al estrado y colocándose de pie en una pequeña plataforma, gustosa permite que se le coloque el traje de mago. La alegría, el asombro, la sorpresa de sentirse protagonista en ese momento se transmite en su rostro infantil.
Estos momentos, los más valiosos que nunca olvidará el corazón de un niño. Y como un maravilloso regalo para mi, Don Mago, porque vivirá para siempre en el recuerdo grato de estas personas.
Hemos cumplido la misión: Entregar felicidad a tantos niños y llenar nuestro espíritu con su alegría.